sábado, 16 de mayo de 2015

Acariciando las nubes de la Sierra Aitana


Dice el escritor mexicano Doménico Cieri Estrada: “El tiempo es como el viento, arrastra lo liviano y deja lo que pesa”. Pocas definiciones describen mejor lo que ocurre con todos aquellos lugares envueltos en misterio que sobreviven al imperdonable paso de los años. Supervivientes que han superado la dura batalla entre el vandalismo y el estrago del abandono, que en la mayoría de los casos desemboca en ruinas. Desafortunadamente en España, son pocos los lugares que reúnen semejantes características. Ese halo de misterio que cualquier investigador, aficionado o curioso, busca encontrar en sus recorridos ha sido “arrastrado”… extinguido. Sin embargo, hay ocasiones en los que el “peso” es superior a la fuerza en la que sopla el viento, casos en los que el misterio o la propia historia late demasiado fuerte como para ser silenciada. Ejemplo de ello es el antiguo acuartelamiento aéreo de la Sierra Aitana. Una construcción, que entre todas las que he tenido la oportunidad de visitar merece la pena destacar.




Hace apenas un año en que decidimos armarnos con las linternas, la cámara de fotos, el mapa y dirigirnos hasta este majestuoso complejo. Aquella noche refrescaba… la brisa de aquel viernes de principios de junio se resistía a marcharse, dejando paso al calor del verano. Conforme avanzábamos por aquella carretera en forma de serpiente, conocida como “CV-770”, nuestro corazón latía con más fuerza. El vehículo se había convertido en un espacio de tertulia en el cual comentábamos los numerosos fenómenos que rodeaban el lugar. No quedaban relegadas las historias de fantasmas o seres del Más Allá, sin embargo las que más destacaron fueron las historias de extraterrestres. Se comenta que a siete escasos kilómetros del acuartelamiento, donde se encuentra el Escuadrón de Vigilancia Aérea Nº 5, un haz luminoso chocó contra las instalaciones de la base. Parece ser que aquello sucedió en el año 1975, exactamente el 21 de julio. Dos de los soldados que vigilaban el radar situado en el punto geodésico de la provincia de Alicante, fueron testigos de ello. Incluso se dice que aquel objeto no identificado, estrellado a 1558 metros de altitud, estuvo muy cerca de alcanzar a uno de ellos. A todo esto sumábamos además que los datos de avistamientos de OVNI’s, captados por el mismo radar, estaban estimados en un total de entre 15 y 20 avistamientos anuales.

Contábamos con la información necesaria para saber que aquel punto nos interesaba. “Periodismo del Más Allá” ya gozaba del ingrediente esencial para su investigación. El agridulce entre la curiosidad y la sugestión se hizo más latente en el momento en que definitivamente llegamos hasta las puertas del acuartelamiento. Éstas estaban situadas a tan solo 500 metros de la entrada a la base militar, actualmente en funcionamiento. Bajo el lema de “Siempre vigilantes” y acariciando las nubes de la Sierra Aitana se plantaba frente a nosotros un enclave compuesto por tres edificios conectados, una pabellón recreativo y un gran estacionamiento. La puerta de acero enrejado que facilitaba el acceso a su interior había sido cerrada con un alambre que unía las dos mitades en las que se dividía. Solamente se necesitaba un poco de maña para poder desenredarlo. Finalmente entramos al complejo. Recorrimos un camino de piedras que nos dirigió hasta el edificio principal. Aquel gigante en mitad de la montaña parecía haber servido de residencia a aquellos soldados que trabajan en la base aérea situada en la cima de la sierra. Tan solo habían pasado siete años desde que el acuartelamiento se quedó abandonado y los militares se desplazaron al Escuadrón de Vigilancia Aérea Nº 5. Recuerdo que mientras nos acercábamos a él, la tensión entre los allí presentes aumentó. Habíamos decidido realizar una pequeña inspección por los alrededores de aquel edificio en busca de cualquier prueba de humanidad, pero la oscuridad de la noche apenas nos permitía distinguir un diámetro de veinte metros. De repente algo rompió el silencio. El ruido de un portazo, que sonó desde un lateral de la antigua residencia, hizo que nos alarmáramos. Ni siquiera pasaron dos minutos, en los que tratábamos de buscarle una explicación, cuando otro portazo se escuchó en el lateral opuesto del edificio. No oímos ningún sonido de pasos o voces en el interior así que comprendimos que debía tratarse de una corriente de aire, aunque el viento apenas soplaba. Finalmente entramos…

La construcción se conservaba en buenas condiciones, aunque su interior había sido desvalijado… como en la mayoría de los lugares que quedan abandonados. No obstante,  si nos remontamos años atrás, merece la pena destacar que en el momento en el que el acuartelamiento fue deshabilitado se realizó un rastro con la gente de Alcoleja. Este municipio pertenece a la comarca del Condado de Cocentaina y cuenta con aproximadamente 197 habitantes. Por su cercanía con el acuartelamiento, unos cinco kilómetros, pudo realizarse un intercambio del mobiliario. Únicamente debían desplazarse hasta el lugar. El aspecto del interior de la residencia era decadente. Los actos vandálicos no habían dejado ni una ventana en pie. Conforme avanzábamos por los infinitos pasillos de aquel edificio, nos dábamos cuenta de ello. Con la luz de la linterna nos abríamos paso entre la oscuridad, siempre atentos a cada movimiento que realizábamos. Queríamos conocer la historia de aquel edificio y, si era posible, hallar algún indicio del misterio del que tanto hablaban. Comprobamos que la residencia contaba con tres pisos. En la plata baja se encontraba lo que parecía ser un comedor, un recibidor y una cantina. El comedor todavía conservaba parte de la historia del lugar en unos azulejos pintados sobre las paredes. Éstas nos relataban la crónica de aquellos viajes en burro tirando de carruajes; de los lugares en los que operaba el ejército de aire, como Alcoy; y de las ciudades más cercanas al acuertelamiento. Incluso podía verse reflejada la fe en la que un día fueron levantados los cimientos del complejo a través de una representación de “La Última Cena”. Posiblemente ésta misma predicara el ejemplo a seguir durante la hora de las comidas.





Las demás plantas de aquel edificio estaban destinadas a los dormitorios. Era curioso observar como todos ellos permanecían con las puertas cerradas, cómo si todavía alguien descansara en ellos y nosotros estuviéramos interrumpiendo su sueño. De entre todas las habitaciones hubo una que nos sorprendió frente a las demás. Nada más acceder en su interior nos topamos con una silla que reposaba al fondo del dormitorio y se encontraba encarada hacía la puerta. Aquella imagen en medio de la oscuridad se clavó en nuestras retinas, parecía que algo aguardara en ella esperando por alguna razón desconocida…

Una vez terminamos el recorrido de la residencia, salimos al patio a través del recibidor de la planta baja. Desde el exterior podía apreciarse la magnitud con la que la vegetación había invadido la zona. Distinguimos varios arbustos, como el rosal salvaje, que en muchos lugares impedían el paso. Los árboles habían alcanzado considerables dimensiones, incluso algunos superaban los tres metros de altitud, alcanzando a los edificios. La vida permanecía en el lugar, se había reproducido en forma de seres fotosintéticos. En el pabellón deportivo encontramos una cancha de baloncesto descubierta, también asediada por la espesura. Pero lo que más nos llamó la atención fue el punto donde yacía el escudo del acuartelamiento y EVA 5. En él se leía el lema “Siempre vigilantes”. Mientras tomábamos fotos del monumento algo nos alertó de que aquella promesa escrita seguía a día de hoy vigente. A pesar del fresco de la madrugada y de encontrarnos en el exterior de una zona elevada de la montaña, una nube de calor invadió nuestro cuerpo. La temperatura aumentó considerablemente en tan solo unos segundos al unísono que se desvaneció. Los cuatro allí presentes fuimos testigos de ello. Se comenta que cuando un ser perteneciente a otra dimensión astral, y normalmente de energías inferiores a las humanas atraviesa un cuerpo, la temperatura tiende a descender. Pero en este caso sentimos exactamente lo contrario… no podría dar una explicación de lo que sucedió, aunque lo más seguro es que la ciencia disponga de un razonamiento plenamente explicable de los hechos. Tal vez se tratara de algún tipo de energía o “residuo espiritual” anclado en el lugar, o por el contrario, puede que influyera algún factor externo fácilmente explicable.


Aquello nos avivó las ganas de seguir investigando. Tras unos minutos de reflexión continuamos la visita por la zona del gimnasio, al este del complejo. El mismo se hallaba interconectado en forma de “U” al primero de los edificios, aunque desde él podía accederse a diferentes salas del total de la construcción, como la cocina y otras habitaciones. Éste estaba cubierto por grandes ventanales y en su interior había una enorme sala vacía, que a diferencia de los distintos espacios visitados, se hallaba prácticamente intacta. En el suelo se reflejaban las pisadas de nuestros pies y el eco de nuestra voz se extendía por toda la sala como si del canto gregoriano se tratara. En contraste con ello, en una de las salas anexas, diagnosticamos las heridas más grave de todo el lugar. Tras pasar por un estrecho pasillo hallamos dos habitaciones más oscuras que la noche. Aquellos que no respetan la historia y el patrimonio que estos lugares significan, quemaron varias de las habitaciones. La ceniza se había convertido en el nuevo tapiz de la pared y el suelo. Por suerte para los que sí la respetamos, el edificio logró resistir aquella puñalada en su piel.

Después de aquello decidimos salir hacia el estacionamiento, pues el ambiente se había tornado pesado y se dificultaba la respiración. A escasos metros llegamos hasta una cubierta metálica con lugar para los diferentes vehículos militares. Parte de aquel estacionamiento extendido sobre la zona sur del lugar estaba inundado. Las precipitaciones de los días previos encharcaron también las fosas de los mismos. Este estacionamiento ocupaba gran parte del total del terreno, además tenía acceso a la puerta trasera del complejo. Finalmente decidimos regresar hasta la zona oeste de la edificación. Allí accedimos a un pequeño centro médico u hospital militar, conectado a la residencia. Aquel edificio se conservaba en mejor estado que los demás. Todavía mantenía intacta parte de su estructura interna construida en el año 1957. Además, en la planta superior preservaba un despacho con algún que otro documento esparcido por el suelo. Para acceder a este edificio nos dirigimos hasta el recibidor, una vez dentro, alcanzamos un pasillo que giraba a la derecha. En ese mismo momento comprobamos que no estábamos solos. Uno de aquellos mamíferos voladores se descolgó de la pared. Sobrevolaba el lugar agitado en busca de un espacio donde no reflejara la luz de la linterna, así que seguimos avanzando por el pasillo. Otra pista nos hizo averiguar que aquel lugar seguía en uso. Restos de cartuchos de balas parecían indicar que el recinto se utilizaba para realizar prácticas militares. Hecho que se sigue reproduciendo a día de hoy, 55 años después de que se habilitara su uso en 1960.






El reloj ya pasaba de las tres de la mañana. Nuestra visita en busca del misterio había concluido. Nos esperaba un largo viaje mezclado entre curvas y naturaleza para reflexionar sobre lo acontecido aquella noche. Para conectar todo aquello que investigamos y para exponerlo de forma que cada uno extraiga sus propias conclusiones. No volvimos solos, nos llevamos algo con nosotros. Aquello que solo algunas personas a día de hoy tratan de rescatar. Me refiero a una parte de la historia del acuartelamiento. Un aprendizaje impregnado en cada una de sus paredes, en el suelo, en las habitaciones… en el exterior y en el interior del lugar. Una bonita historia, salpicada con tintes de misterio que hoy trato de reflejar.















Texto y Imagenes cedidas por : Victor Olcina